lunes, 6 de agosto de 2012

La traición

Me equivoqué, confié demasiado en el destino
y fui traicionada.
Me dejé llevar ciega de deseo,
deseché a mi aliada la razón
y fui traicionada.
 
Por una vez suspiré anhelos que no eran míos,
soñé con conquistas que no me pertenecían pero
me engañaron los sentidos que al fin y al cabo
mentían.

Y duele,
duele el engaño, la traición,
y no saber que el perdón no aliviará jamás
el vacío dueño de todo.

La triste conmiseración, pena de mí,
hay un agujero en el alma
y el aire pasa a través.

Me equivoqué al creer y tener fe.
No debí abandonar al pesar, mi pesar.

Ojalá pudiera cerrar los ojos y soñar,
acurrucarme al calor y dormir,
viajar, no estar.
Pero ahora, ya mismo, sin esperar.
Ni un minuto más de agonía,
no aguanto esta amarga tortura.
¿Resistiré? ¿O me hundiré en el cieno?
No confío.

Si mi cuerpo me traiciona, lo único mío,
¿qué me queda?
Si el espíritu frágil se desmorona y abandonara,
nada en derredor,
todo muere, esperanza vana.
Pensar…
En busca de lo positivo se consume el tiempo,
mi tiempo.

Tan sólo descansar, para volver a intentarlo
sin desfallecer esta vez,
soportando los sinsabores del sinsentido,
pero con brillo en la mirada
y hoyuelos en la cara.
Ojalá pudiese dormir, sólo una cabezadita, cerrar los ojos por un instante.
Ojalá…

 

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