viernes, 28 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (IX) - El viaje astral

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros
  8. Un día cualquiera








Capítulo 9. EL VIAJE ASTRAL


Es el cumpleaños de Bigote y he quedado con él para  celebrarlo a una tasca mejicana que a él le gusta mucho. Aprovechando que sólo estamos Sosaina y yo en el Cubo, decido marcharme antes de mi hora, después de todo ha sido una mañana tranquila, pero Sosaina me retiene en la puerta y me dice que tiene una sorpresa para mí. Me regala un libro y me dedica una sonrisa estúpida.

–Me has ayudado mucho y no te he dado las gracias como te mereces – creo que dice, porque está tartamudeando de tal modo que es difícil entenderle.

A mí se me erizan todos los pelos de la espalda. Mi radar ha fallado estrepitosamente, estaba convencida de que este chico además de un pan sin sal era  gay y resulta que me está tirando los tejos.

–Gracias  –contesto y salgo pitando sin darle tiempo a replicar.

Cuando se lo cuento esa tarde a Bigote, él se ríe a carcajadas y me dice que ya se lo imaginaba. Que me ande con ojo, que seguro que al día siguiente intenta algo. A veces me fastidia la manía de Bigote de tomárselo todo a broma, la verdad.

Nos sentamos en un rincón y le doy la postal que le he comprado. No tengo ni idea de si le gusta o no. Le noto muy serio.

Por fin me dice que ya ha terminado la formación que estaba haciendo en la empresa en la que ahora trabaja. Al finalizar el periodo de formación, debe ya trasladarse a Hong Kong. Se va en una semana y  quería avisarme.

–Estaba encantado con esta oportunidad. Tenía muchas ganas de irme pero ahora estoy hecho un lío y no me apetece nada.

–Sigue siendo una gran oportunidad – digo con tono indiferente, pero por dentro estoy asimilando el significado de sus palabras y él lo sabe.

Se queda callado un rato y luego me cuenta que Corbata Hiriente le llamó ayer para pedirle ayuda con el plan maldito, así que se va a acercar un par de mañanas al Cubo, no le importa hacerle ese favor.

–Me tienes que recibir como a una visita – sonríe.

Le cuento que Corbata Hiriente está un poco diferente estos días. Le ha dado por llamar a su madre a París todos los días al llegar, y en el café de la mañana se suele tomar un té conmigo.

 –¿El también pide té?

–Sí – miento.

No se lo cree claro.

Al final, el día que Bigote “se pasa” por el Cubo, sólo se queda unos minutos, porque Corbata Hiriente ha cambiado de opinión y dice que ya no le necesita. Va a “reorganizar” de nuevo al equipo.  Pero eso sí, quiere aprovechar la ocasión y  despedirse de él como se merece.

Nos reúne alrededor de la mesa redonda y nos hace cogernos de las manos. A Bigote se le escapa un involuntario  «¡ay, joder!»  mientras pone los ojos en blanco. A “las Lidias” nos da la risa y Sosaina tose en un intento por disimular. Medio Calvo se está perdiendo el momento porque ha salido hace un rato al baño y aún no ha vuelto y el Socio agacha la cabeza, supongo que rendido.

–Garay, mi más preciado colaborador – comienza Corbata Hiriente con los ojos cerrados–,  un hombre con tanto talento, tan buen profesional, un crack del marketing…–abre los ojos para comprobar que estamos atentos y los vuelve a cerrar–. Siempre podrá decir con orgullo que aprendió aquí lo que sabe y yo siempre recordaré con orgullo a quién fue como un hijo para mí.

–Amén – dice Bigote solemne.

Sosaina tose más fuerte y Heidi se muerde el labio. Corbata Hiriente nos mira con recelo, parece estar valorando si nos estamos burlando de él.  Bigote me guiña un ojo, como en los viejos tiempos. Hace un mes Corbata Hiriente casi le da con el zapato y hoy sólo le falta besarle.

Nos ponemos todos en pie y el jefe abraza a Bigote mientras le da las  gracias por los servicios prestados.
–Y por supuesto, está usted invitado a la próxima comida de Navidad.

A continuación se dirige al  resto de nosotros.

–Siento mucho no ser más simpático con ustedes –nos dice– , pero es este trabajo, la vorágine en la que vivimos, toda esta situación…

«¿Vorágine?» Nos miramos pensando todos lo mismo. Si hubiera menos actividad, estaríamos muertos.
Mientras Bigote termina de despedirse de todos, llaman a la puerta.

–¡Ah! Justo a tiempo, mi nueva adquisición. Un recurso valiosísimo. –Corbata Hiriente se frota las manos – . No le llega a Usted  a la suela del zapato –dirigiéndose a Bigote–, pero haremos lo que podamos para moldearle.

Bigote se va y nos quedamos con el chico nuevo. Le entrego el dossier  de rigor para que se entretenga y unos minutos más tarde Corbata Hiriente se lo lleva al Hotel. Antes de salir se acerca a mi mesa y me dice bajito al oído:

–Antes trabajaba en Adolfo Domínguez. Vamos a introducirnos  en el sector de la moda con él. Es perfecto para usted. Y muy guapo.

–Por cierto –me dice en voz alta ya en la puerta–, redacte usted una carta de despedida para Garay. Que sea afectuosa, quiero que le sirva de consuelo cuando se encuentre a tantos kilómetros de casa, rodeado de mafiosos chinos. Déjemela en la mesa, la leeré mañana.

Al día siguiente, el “valioso y guapo recurso” no aparece y no volvemos a oír nada del  sector de la moda. En cuanto a la carta, cuando la lee, menea la cabeza. En su opinión es muy escueta y fría (no ha dicho apática) y le pide ayuda al Socio.

–Usted sí que sabe escribir cartas –le dice.

Miro a Corbata Hiriente con sorpresa pero después de un rato llego a la conclusión de que el comentario ha sido casual. El Socio, sin embargo, está rojo hasta las orejas cuando coge la carta para modificarla.

Esa noche Bigote y yo nos reímos leyéndola, pero yo por dentro estoy llorando. Le han adelantado el viaje y sale mañana para Hong Kong. He pedido mi primer día libre para ir a despedirle al aeropuerto.

Paso las siguientes semanas en una especie de sopor. Me cuesta levantarme por las mañanas y ni siquiera me apetece tomar alto con el Bizco o con Doña Calceta. Habíamos empezado una nueva bufanda pero no me siento con fuerzas para acabarla.

Está terminando el invierno y yo  sigo vegetando los fines de semana en casa, sin nada interesante que hacer. Ni siquiera Paquito y Perfume Anestesianteta, son un consuelo. Mi única ilusión es la promesa de Bigote de venir unos días en Abril. Ahora sí que Corbata Hiriente puede llamarme apática con razón.

Esta mañana también  Corbata Hiriente está algo apagado y me pide que vaya con él porque  quiere “compartir un momento conmigo”. Acabamos en el local de Madame Piano, que está sentada al piano cuando entramos. Debe de haber recibido alguna clase, porque toca bastante mejor que la primera vez. Pero el local no ha cambiado, sigue en penumbra y sin clientes.

–Si por mí fuera, les echaba a todos ustedes –lo primero que me dice al sentarnos.

«Vaya tarde que me espera», pienso.

–Ortega es un desastre – asegura.

Tengo que hacer un esfuerzo para saber de quién habla: Culo Bamboleante, perdón Medio Calvo. No le falta razón, desde luego.

–“Mi otra Lidia” es una manipuladora –– continúa–, utiliza su inteligencia para manipular a la gente. Se aferra a este trabajo para sentirse superior y presumir de más status del que en realidad tiene.

«¿Status con este trabajo?.»

–Además es una maleducada en la mesa – prosigue–.  No es como usted, no tiene clase.

Suspira mientras le da un largo trago a su copa.

–A las dos bobas de la tarde las voy a despedir.

Se refiere a dos chicas que hay ahora por la tarde. Una de ellas ya ha anunciado que se irá este viernes y la otra hizo lo propio durante un ataque de llanto que tuvo delante de todos. Según Corbata Hiriente, su marido la maltrata. Por lo visto cree que todas las mujeres maltratadas acaban en su oficina. Y a lo mejor no le falta algo de razón. Puede que no un marido, pero está claro que las y los habitantes del Cubo estamos algo maleados por la vida y con la autoestima algo dañada.

–Fernández  lo está haciendo mejor pero no se lo voy a decir o se dormirá en los laureles. No le conozco demasiado bien – nuevo suspiro.

Eso es porque Fernández, alias Sosaina, es con diferencia el que menos se ha llevado de copas. Y es que hasta  Corbata Hiriente se aburre con él.

–¿No ha notado usted que Fernández está enfermo? - me pregunta.

Niego con la cabeza.

–Sí, – dice enfáticamente–. Ha adelgazado mucho, está muy grave. Pero al menos no es SIDA porque ni es homosexual ni se droga.

Ante un comentario tan contundente y que me transporta a comienzos de los años ochenta, no se puede decir gran cosa.

–Estoy teniendo mucha paciencia con él –prosigue–. No es como “Estrella del Amanecer”.

Desde que sabe lo de Hong Kong, llama a Bigote “Estrella del Amanecer”.

–Estrella del Amanecer estaba a mi nivel, no como todos estos calzonazos – dice mientras hace girar su vaso.

Le doy un trago al mío para no opinar.

–Ojalá Usted tuviera 40 años más –cambia de tema.

Otro diría “ojalá yo tuviera 40 años menos” pero lo dejo pasar. Espero que no vuelva a ofrecerme matrimonio, aún está demasiado sobrio.

–Le voy a ofrecer un aumento de sueldo – me dice la ridícula cantidad–.. Es mucho menos de lo que Usted se merece pero es todo lo que puedo darle –ladea  la cabeza y me sonríe–.  Es Usted una persona especial, desprende energía positiva. Lo noto en el color de su aura.

Estoy tentada de preguntarle de qué color es pero me reprimo a tiempo. Me he prometido no darle demasiadas alas.

Me coge la mano y dice que va a leérmela.

–Tiene Usted una vida muy compleja, con todos los actos interrelacionados entre sí.

«Pues vaya lectura de mierda», pienso.

Continuamos bebiendo en silencio..

–Es Usted maravillosa – interrumpe  de nuevo Corbata Hiriente–.  Si alguna vez usted o alguno de sus hijos necesita algo de mí, no dude en pedírmelo.

Se lo agradezco, aunque si algo tengo claro es que él necesita bastante más ayuda que yo. 

–Me he reconciliado con mi hijo – dice de improviso–. Está trabajando en  Zaragoza. Estoy muy orgulloso de él.

–¡Cuánto me alegro! –y lo  digo sinceramente

–Para un hombre como yo es difícil ser un buen padre.

«Desde luego».

–¡Cásese conmigo! – suelta de repente.

Me ofrece una pensión vitalicia y la garantía de quedarme su  casa de aquí y la de París cuando la “palme” su madre. Me recuerda que debo pensar en el futuro, ahora que él está pensando en trasladar la oficina a otra provincia (primera noticia) por tema de impuestos.

Como ni le contesto, cambia de tema de nuevo.

–Este año va a ser difícil para los Leo –baja la mirada, triste.

Otras veces el alcohol le vuelve locuaz y dicharachero pero hoy está melancólico. Me pregunto si será por lo de su hijo, pero enseguida descubro la razón. Me confiesa que se acerca su cumpleaños.

Ha pensado en organizar una comida con todos nosotros para celebrarlo y quiere que sea en su barrio. Está convencido de que sus vecinas están locas por él por lo buen partido que es. Se le echan encima y se siente acosado. Cree que una comida con sus empleados servirá para desilusionar a esas viejas locas. No entiendo ni un ápice ese razonamiento,  pero asiento.

–Voy a hacer la comida sólo con los miembros femeninos de la oficina.

Bueno,  ahora está un poco más claro.

–Tal vez una barbacoa, con ropa informal –sigue pensando en  voz alta.

Me viene una imagen mental de todas nosotras con él en chándal en medio del monte.  Parecerá un proxeneta con sus putas de excursión. Sacudo la cabeza para ahuyentar esa imagen. El se ha quedado en silencio, pensativo.  

–Estoy orgulloso de  “Estrella del Amanecer” – nuevo salto en la conversación–.  Ha sido mi mejor obra. –clava su mirada en mí–.  Le voy a hacer una confidencia – me quedo expectante–  a veces estoy en un nivel superior de entendimiento pero no puede compartir mis conocimientos con nadie ni explicar mis sensaciones y presentimientos.

Cojo aire y vuelvo a asentir, tampoco  se me ocurre ningún comentario para eso. Le veo juguetear un rato con su corbata y de repente vuelve a mirarme cómo si se hubiera olvidado de mi presencia.

–Con “Estrella del Amanecer”  tenía una conexión especial, porque él también está a ese nivel. La otra noche  visité su casa en Hong Kong en un viaje astral al que él me invitó mentalmente.

Me dedico a pescar la aceituna de mi vaso para no mirarle, porque está empezando a asustarme.

–Le dije que tuviera cuidado, presiento que está teniendo problemas con la mafia china.  

¡Por fin! Consigo coger la aceituna que se me resistía y metérmela en la boca. De sopetón me agarra y me da dos besos en las mejillas. Me atraganto y empiezo a toser descontrolada. Mi jefe me sacude como un poseso hasta que se me pasa.

Estoy boqueando y con los ojos llorosos pero como si no hubiera sucedido nada, Corbata Hiriente se recuesta en la silla y  me pide mi opinión para sacar adelante la empresa.

–Todo es posible –le digo aún sin aire–,  porque usted nunca tira la toalla . Seguro que tiene buenas noticias que darnos en su cumpleaños.

El comentario le emociona tanto que pide una segunda ronda. Yo estoy pellizcándome porque en realidad no me lo estoy pasando mal del todo.  Bigote también cree que sufro de  síndrome de Estocolmo. Anoto mentalmente que tengo que llamarle para contarle lo del  viaje astral.

Corbata Hiriente me acompaña al autobús y se queda plantado en la parada diciéndome adiós con la mano y una sonrisa de oreja a oreja  hasta que el autobús arranca. Estoy demasiado avergonzada como para levantar la vista de mi falda. Afortunadamente no hay mucha gente a esas horas.


Cuando por fin doblamos la esquina y se pierde de vista, me relajo y me pregunto que pensaría Corbata Hiriente de la foto de Estrella del Amanecer que llevo ahora en la cartera.



(continuará)








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