martes, 18 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (VI) - Navidad

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general







Capítulo 6. NAVIDAD


Pensaba quedarme unos días en la Consultoría y resulta que ya llevo un mes. El año se acaba  y me toca despedirlo en el Cubo. No sé si estoy más sorprendida o  asustada.

Ayer terminé la bufanda que empecé con la Doña Calceta. Ahora sólo falta que por fin sus nietos y yo podamos estrenarla. Cada uno la suya, claro.

El camarero bizco ya no me asusta, ahora le saludo todos los días y alguna vez me ha invitado a un croissant mientras esperaba que llegara mi hora de entrada.  Es un tío muy gracioso que no para de contar chistes.

Un día de éstos que llegué aún más pronto de lo habitual estuve echándole una mano con la decoración navideña, que debe ser la original de cuándo inauguró el bar hace treinta años. La combinación de espumillón verde y rojo de toda la vida con esas bolas descascarilladas sin brillo y la iluminación tétrica del bar  no favorecen la entrada de clientes precisamente. Tal vez debería decírselo.

Durante todo el rato, no paró de quejarse de las pocas ganas que tenía de pasar la Nochebuena en casa de su nuera que es una harpía, y de las pocas ganas que tenía de comprarle un regalo a la harpía, y de lo calzonazos que es su hijo por dejar a la harpía manejarle como a un corderillo. Temas familiares normales de la época en la que estamos, vaya.

Lo bueno de tener unos padres que aprovechan las Navidades para viajar a la otra punta del globo y una hermana que pasa de mí, es que no tengo esos problemas.

Mis padres me llamaron el día de Navidad para felicitarme de dónde sea que estuvieran  este año,  Patagonia o Siberia, lo mismo me da, y a mi hermana como siempre la llamé yo después de estar días engañándome a mí misma prometiéndome que no lo haría si ella no llamaba primero. Ella y su marido estaban preparando la cena: sopa y merluza rellena. Un menú tan soso y aburrido como ellos.

La llamada a mi hermana seguro que cubre por una temporada el cupo de cosas que no me apetece hacer, y  así pienso decírselo a la psicóloga, a quién por cierto hace tiempo que no voy a ver.

Hoy es 31 de diciembre, el día del año que más odio. Toca hacer balance y nunca me sale positivo. Todo el mundo está eufórico y no lo soporto. Empieza un nuevo año pero nunca cambia nada. Aunque en este año nuevo, según el horóscopo, los Géminis experimentarán una transformación importante que cambiará sus vidas y ampliará sus horizontes.

Estos últimos días, nuestro jefe disfuncional no ha parado de hablar de la comida de fin de año que quería hacer con nosotros. Ha resultado tan pesado que cuando por fin ha llegado el día me ha dado la sensación de que ya lo habíamos pasado.

A esta ocasión “única y entrañable” (Corbata Hiriente dixit), estamos invitados todos los inquilinos del Cubo, más una invitada “especial”, una amiga astróloga a la que hace tiempo que no ve. Yo hubiera preferido que invitara al Pájaro Espino, pero no ha habido suerte.

Decidimos quedar todos en la oficina para ir juntos al restaurante. La mayoría están mosqueados por la elección de la fecha ya que es el día de Nochevieja y todos tienen planes.  Hasta el Socio parece  enfurruñado. Yo también me hago la indignada, aunque mis planes para esta noche son comida congelada  y tele. En la época navideña estoy siempre  muy ocupada fingiendo ser normal.

Vamos a comer a un restaurante asiático del centro. Parece que nadie está contento con la elección del sitio y a mí empieza a cansarme ya tanta crítica. No me va a importar si alguno se atraganta con el arroz. Hasta Bigote me resulta insoportable hoy, no para de hablar de lo bien que se lo va a pasar esta noche, de los amigos con los que va a estar y de los sitios a dónde van a ir.

La astróloga resulta ser una versión aún más cutre de las pitonisas que salen por la tele de madrugada.  Se presenta con túnica de escote interminable, turbante y perrito. Lleva más pintura en su cara que la que empleé para pintar mi piso el año pasado y cuando se mueve, tintinean todas las piezas de bisutería que lleva colgadas al cuello. Es alemana, “muy alemana” como nos ha repetido hasta la saciedad el jefe. También echa las cartas (“soy pitonisa”) pero solo lee el futuro por dinero así que se cuida mucho de vaticinarnos nada.  Se sienta a la mesa con el perrito en brazos y metódicamente le va dando de comer, un bocadito para él, otro bocadito para ella, otro para él, otro para ella. No se equivoca ni pierde el ritmo ni una sola vez.

Después del postre y la botella de vino que se ha trincado prácticamente solo, Corbata Hiriente ya está en su salsa, coquetea descaradamente (babea)  con las camareras, explica su estrategia empresarial  (balbucea incoherencias) a  los de la mesa de al lado, y sonríe como si no hubiera mañana.

Después del postre pide el primer Cutty Sark se pone en pie para hacer un brindis.  Me mira directamente a los ojos cuando dice lo agradecido que está de tener este magnífico equipo de soldados, y se limpia el sudor de la frente con la servilleta del Socio que pone cara de asco cuando se la devuelve. Después de una pausa dramática, el jefe saca de una bolsa que tiene a sus pies un regalito para cada uno.  Nos quedamos paralizados.  Son objetos de algún bazar chino pero ninguno esperábamos el detalle. Los chicos reciben cada uno un juego de mesa para niños de más de cinco años y a las chicas nos toca un peluche. El mío es de color verde y más feo que un demonio.

El Socio, que también comienza a estar algo achispado, se levanta para darme dos besos y me dice lo buena y eficiente que soy en mi trabajo, que nunca necesito preguntar nada. Sólo estoy pasando a ordenador unos documentos, pero entiendo que con sus conocimientos informáticos, que deben limitarse al Solitario y el Buscaminas,  piense que soy una especie de genio informático.

–Si tuviera que elegir entre Perfume Anestesiante y usted, me quedo con Usted –remata.

Así que la pobre Perfume Anestesiante está en la lista de “despedibles”.  Es una lista que se actualiza a diario en la cabeza de Corbata Hiriente, y todos hemos estado en ella en un momento u otro, salvo Bigote que está siempre.

 Tras el tercer o cuarto Cutty Sark, Corbata Hiriente decide que es hora de terminar y va despidiéndose de todos menos de mí con un apretón de manos. A mí me lleva aparte y me pide  que le s acompañe a él y a Pitonisa Germana a tomar un café al Hotel. Faltan unas horas para Nochevieja y una persona normal pondría una excusa. Pero una persona normal no tendría en casa esperándole únicamente una planta mustia.
 
Mi jefe está ya lo suficientemente borracho como para que mañana no se acuerde de nada, pero por desgracia yo no tendré esa suerte. Nada más llegar al Hotel y mientras Pitonisa Germana está en la acera recogiendo las cacas de su chucho, me confirma lo que me esperaba, que va a despedir a Perfume Anestesiante. Me ofrece ir por la mañana, y ya buscará a alguien para la tarde.  Digo que sí a todo, como llevo haciendo los últimos años de mi  vida.  

–A Loli le pega su marido –dice como si nada y yo le miro perpleja–, presenta todos los  síntomas. ¿No se ha dado cuenta? Yo tengo un ojo clínico para estas cosas. Por eso tengo que despedirla, porque su marido no la deja trabajar y tengo que salvarla.

La última vez que hablé con Perfume Anestesiante (Loli), ni siquiera estaba casada pero no voy a contradecirle. Realmente se cree sus palabras. Corbata Hiriente tiene el curioso don  de “tener ojo clínico” para diagnosticar problemas inexistentes pero terriblemente graves a los demás y para ver historias truculentas en todas las esquinas. Bigote cree que sufre de paranoia provocada por el alcohol.

Aprovecha para asignarme una nueva  tarea: introducir los CV de los candidatos al puesto de Perfume Anestesiante al ordenador.

Pitonisa Germana entra en ese momento y Corbata Hiriente me hace levantarme para cederle mi sitio. Mi jefe pide un café doble para él y un escocés para ella, que acaba compartiendo con el chucho, ante mis asombrados ojos. Yo tengo que ir a la barra a por mi té, porque aparentemente se han olvidado de mi presencia.

No nos entretenemos mucho, y después del café nos vamos. Me acompañan a la parada del bus y allí Corbata Hiriente me besa la mano y me desea un feliz año nuevo.

–Flor y látigo, señorita Lidia. –le oigo decir cuando se aleja del brazo de Pitonisa, que lleva torcido el turbante y se está rascando disimuladamente una teta.

Bigote me llama luego a casa para contarme la verdadera razón de la marcha de Perfume Anestesiante: se le ocurrió pedir contrato.

–Eso tiene más sentido que un marido maltratador – digo yo.

Bigote se ríe.

–Bueno, pásalo bien esta noche. Feliz año nuevo, Lidia.

–Sí, feliz año nuevo – le deseo antes de colgar rápidamente.

No quiero darle tiempo a que me pregunte por mis planes. Fingir ser normal es un trabajo arduo, y con algunas personas más arduo que con otras.





(continuará)










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