martes, 25 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (VII) - Peces y libros

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad







Capítulo 7. PECES Y LIBROS


¡Por fin un día de invierno de verdad! Con frío, humedad e incluso nieve. Estamos a finales de enero y necesito que el calor desaparezca de una vez . Es una verdadera necesidad física. Y por fin estreno mi bufanda nueva, estoy encantada.

En la radio están hablando de una ola de frío, qué graciosos son.

Me ha animado tanto el aire fresco y la posibilidad de salir de casa sin gafas de sol que me bajo del bus varias paradas antes y voy andando. Por el camino encuentro una librería  que llama mi atención y como voy con tiempo, entro pensando en buscar lectura para la noche.  Me compro un libro que me atrae por su comienzo:  “Como me sentía solo decidí comprarme unos peces. Siempre he creído que los peces debían cantar”.

Llevo todo el mes acudiendo por las mañanas. Casi me arrepiento de haber aceptado, porque a diferencia de las tardes, Corbata Hiriente pasa algo más de tiempo en el Cubo. Aunque tampoco mucho más, es cierto, porque a menudo se toma el café de media mañana en El Hotel  y si lo acompaña con licor, puede enganchar con la comida y la sobremesa, cuando ya empieza a llamar a los del turno de tarde.

Cuando está en el Cubo lo único que hace es revisar lo revisado una y otra vez y pedir que le imprimamos la última versión de los planes de marketing (él no tiene ordenador).  Ahora tenemos dos clientes, aparte de la ONG morosa, una empresa que fabrica tornillos (“todos los que le faltan al jefe”– como le gusta decir a Bigote). Cuando se aburre mucho, se levanta y se da un paseo por nuestros sitios para preguntarnos cómo nos va.  Nos va bien, hasta que él pregunta.

Pero por las mañanas también estoy más entretenida. No es mucho pero de vez en cuando llama alguien.

Hoy entro a saludar al Bizco y tomarme un té (con mi cuerpo aclimatado por fin, ya no necesito manzanillas ni aspirinas) mientras comienzo a leer  el libro. Me pica mucho la curiosidad. Cuando llego al capítulo en el que el protagonista descubre que los peces no cantan y decide dejar de darles de comer y tirarlos por el WC,  lo cierro y voy a la oficina.

Hoy Corbata Herida está en su segundo despacho y El Socio  “en el baño”.  Bigote aprovecha para decirme que ha hecho una entrevista para un puesto de marketing en una multinacional con sede en Hong Kong.  El otro día me dijo que quería aprender chino pero no me imaginaba que sería por eso.

Me paso casi toda la  mañana enviando faxes; parece que me han ascendido de nuevo, es una tarea que antes no me dejaban hacer. ¿Pero quién usa el fax hoy en día? Aparte de nosotros, quiero decir.

Empiezo a notarme enfadada. Hoy que venía de tan buen humor y entre libros estúpidos y noticias inesperadas que no deberían afectarme me lo están amargando. Para rematarlo, encuentro una notica de Corbata Hiriente en mi mesa en la que ha anotado una nueva tarea para mí: comprar papel higiénico.

Bigote también está aburrido y no para de hablar y contarme novedades. Cómo él suele estar toda la jornada,  es mi fuente de información  sobre el turno de la tarde. Al parecer ayer tuvieron una discusión bastante seria y volvió a despedirle por enésima vez, pero a última hora le readmitió después de unas copas  en el  local de Madame Piano.

Pero lo mejor me lo cuenta continuación. Como prácticamente no tiene trabajo y a primera hora de la tarde no había nadie, se entretuvo fisgoneando los cajones y encontró en el de la mesa del Socio una carta escrita de su puño y letra y dirigida a una tal Daniela.

Como estamos solos, me enseña la carta que volvió a dejar ayer en su sitio y la leo atónita.  Por el contenido de la misma, se entiende claramente que la tal Daniela es prostituta y el Socio ha perdido totalmente la sesera por ella. Se ofrece a “rescatarla” de esa penosa vida, le jura amor eterno y se extiende rememorando pasados encuentros con ella. Cuando empieza a describir partes de cuerpos sudorosos, no puedo seguir porque ya me he puesto roja como un tomate.

No conozco mucho de la vida del Socio, pero creo que está casado y tiene una hija. Esta carta de amor delirante y llena de hormonas me provoca un poco  de vergüenza ajena. Pero también me siento mal por haber violado así su intimidad y me da un poco de pena. El pobre ya tiene bastante con estar unido a Corbata Hiriente por los lazos irrompibles surgidos de deudas que imagino astronómicas.  Al menos nosotros podemos marcharnos de aquí tal cuál vinimos, sin nada, pero él lo tiene más difícil.

Bigote no para de reírse pero a mí ha dejado de hacerme gracia. No puedo evitar pensar en que la tal Daniela, puta o no, tiene a alguien que quiere rescatarla.

Yo ni siquiera tengo peces que no cantan, sólo un jefe disfuncional y ahora mismo un compañero de oficina que me está mirando con ojos serios. Bigote se ha dado cuenta de mi cambio de humor  y se limita a dejar la carta en su sitio sin decir nada.

–No te pongas melancólica, Ojos Grandes.

Cuando se está acercando a mi sitio, llaman a la puerta. Se me había olvidado que hoy empezaba un chico nuevo.  Me encuentro con un tío algo raro, con pintas de empollón, pelo rizado y oscuro, gafas de pasta y ensalada de granos en una cara redonda como una pelota. Le pido que entre y cómo me acuerdo de lo bien que me sentó la palabra de aliento de Perfume Anestesiante del primer día, me hago la simpática.  No parece muy emocionado. Bigote ni le dirige la palabra, tal vez esté pensando que para qué molestarse, si nos va a durar un suspiro.

Intentamos prevenirle sobre las costumbres de su nuevo jefe pero lo único que comenta cuando hablamos de las copas en El Hotel es algo así como:

–¡Qué espléndido el tío!, ¿no?

Bigote y yo nos miramos; acabamos de excluirle del grupo.

Aún así quiero concederle el beneficio de la duda. He visto que lleva un libro de poesía en el bolsillo, me encanta el detalle. Yo siempre llevo un libro en el bolso. Bueno, hoy dos, después de mi fallida compra.  Siempre he pensado que alguien que disfruta leyendo no puede ser mala persona, así que hago un segundo intento de confraternización que termina igual de mal. Decido que es un tío sin sustancia y vuelvo al fax.

En ese momento el Socio regresa y se reúne con él para explicarle los pormenores del plan de la ONG morosa que van a endiñarle. Ha dejado el libro encima de la mesa así que me acerco despreocupadamente a echarle un vistazo. Descubro decepcionada que las tapas esconden en su interior un cómic de superhéroes.  Oigo a Bigote reírse por lo bajo  desde la otra esquina.

Falso Poeta y el Socio se van a “visitar clientes” o a “comercializar” como les ha dado ahora por llamarlo. Me quedo sola porque Bigote también desaparece sin avisar.  A veces no le hago mucho caso pero cuando no está le echo de menos. Me pregunto qué tal le habrá salido esa entrevista con los chinos.

 Corbata Hiriente llama por teléfono para añadir la “gestión del archivo de la biblioteca” a esa lista de tareas nimias que no para de crecer.  La biblioteca son cuatro libritos sobre economía totalmente desfasados que  andan tirados por ahí, y un quinto que generalmente está debajo de la mesa del Socio porque está desnivelada. Calculo que “gestionar” esa tarea me llevará un minuto y medio como mucho. Después no me queda más remedio que volver a los dibujitos en el cuaderno porque jugar al Solitario me parece demasiado patético.

Un rato más tarde aparece Bigote. Me dice que tenía médico y que por eso se ha ido. No me lo creo y él sabe que no me lo creo así que estamos en paz.  

El Socio regresa unos minutos después, solo. Nos comunica que Falso Poeta se ha despedido, sin dar más explicaciones.

Y aún con todo, Falso Poeta no ostenta el récord de duración. Hemos tenido alguna sustituta de Perfume Anestesiante que duró una hora: el tiempo de la entrevista y lo que tardó en llegar a su casa y llamar para decir que no volvía. Los hemos tenido de una tarde, de uno o dos días y aunque la mayoría han llamado con alguna excusa improvisada, también tenemos algún caso que ni siquiera se ha molestado en avisar.

 Tuvimos un chico que se lo tomaba todo con humor y a Corbata Hiriente parecía caerle bien, hasta le sonreía cuando le hablaba. Era extranjero, tal vez por eso lo del  buen humor, es que no entendía cuando le hablaban. Claro que tampoco le entendíamos nosotros cuando decía algo. Pero a pesar de la barrera idiomática parecía muy majo. Me  trajo un par de novelas que sabía que quería. Bigote también sabe que me gusta leer pero nunca hemos conversado sobre libros.

Extranjero se marchó a los tres días, después de una “reunión” en El Hotel algo accidentada. Corbata Hiriente volvió a cargarse un mantel y el camarero esta vez tuvo unas palabritas con él. Palabritas que seguro que hasta Extranjero entendió.

No obstante, a pesar del poco tiempo, dejó el pabellón muy alto. En total, su ranking incluye dos de Hotel, una de Madame Piano y una de comida en el restaurante árabe.  Para tres días no está nada mal. Además tuvo el detalle de llamarme para dejarme su teléfono. Quería  quedar conmigo pero le dije que lo pensaría.  Tal vez si me llamara hoy, aceptaría. O tal vez no, porque no paro de pensar en los peces que no tengo y en los libros que no tiene Bigote.

Cuando estoy recogiendo para irme, aparece Corbata Hiriente con Culo Bamboleante, antes Medio Calvo,  y nos reúne en la mesa redonda. Está visiblemente borracho y la emprende a insultos con Bigote. En un momento de ofuscación hasta se quita el zapato y golpea la mesa. El Socio sonríe con la mirada perdida, seguramente pensando en Daniela.

–¡Estoy harto! –grita totalmente fuera de sí, salpicando de saliva media mesa.

Creemos entender que el negocio no remonta y es por culpa nuestra. No nos va a pagar, pero tampoco nos va a echar. Es decisión nuestra seguir o no.  Bigote se levanta tranquilo, dice que no aguanta más pero en tono muy calmado, y nos anuncia que se va.  Nos cuenta lo de Hong Kong, que es una novedad para todos menos para mí. Hoy le han confirmado que le contratan así que nos deja.  Corbata Hiriente se queda paralizado con el zapato en una mano y la boca totalmente abierta. Bigote  le da un apretón de manos a Culo Bamboleante,  levanta una ceja en dirección al Socio y enfila hacia la puerta. Yo me siento fatal.

Cuando ya está con el pomo de la puerta en la mano, Bigote se detiene, regresa y me da dos besos. Aprovecha para decirme al oído que igual me llama un día para “quedar”. Si me parece bien, claro.

«Me parece, me parece», pienso yo. Y se marcha.

Corbata Hiriente está mirando por la ventana, totalmente ido. Se levanta y se dirige a su sitio., abre el cajón, coge algo y se acerca a mí. Tan ceremoniosamente como la primera vez me hace entrega de mi  segundo cheque. Corro rauda a cobrarlo en cuanto salgo,  aunque esta vez no me ha advertido sobre la escasez de fondos, ya no hace falta.


Lo primero que compro cuando tengo el dinero en mi bolsillo son un par de peces. No me importa si no cantan.




(continuará)






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