domingo, 15 de marzo de 2015

"Underground", Haruki Murakami

UndergroundUnderground by Haruki Murakami
My rating: 4 of 5 stars

El 20 de marzo de 1995 la secta japonesa Aum llevó a cabo un atentado en el metro de Tokio, liberando gas sarín en cinco puntos de ese laberíntico trazado. El autor japonés Murakami se convierte en un mero intermediario en este libro para hacernos llegar la voz de algunos de los protagonistas de aquél día, víctimas afectadas en la primera parte y adeptos o ex – adeptos de la secta en la segunda. El mismo cuenta al principio que no hay más elaboración en los testimonios que la necesaria para hacerlos comprensibles y coherentes desde un punto de vista narrativo.

Desconozco las causas de que esta novela haya llegado a nuestras librerías tanto tiempo después desde su publicación y por lo tanto, tan lejos en el tiempo de los hechos que narra. No es que hayan perdido actualidad algunas de las reflexiones que surgen de aquél acontecimiento (desgraciadamente) pero seguro que algunas sí que se hubieran visto algo transformadas por los años transcurridos. Me quedo con las ganas de saber si actualmente, veinte años después y con el alza de terrorismos como el islámico, la visión de algunos afectados sería diferente. O tal vez no, porque lo que queda claro con este libro y los testimonios que recoge es la fuerte endogamia y aislamiento en la que vive la sociedad japonesa. Aunque el atentado sea la excusa, con este libro se acaba desgranando la propia sociedad y forma de vida japonesa. Se convierte en un tratado sociológico de una sociedad y una cultura que nos resultan en ocasiones brutalmente ajenas.

Los primeros testimonios del libro me sorprendieron enormemente: a pesar de su condición de víctimas, a veces me parecía estar escuchando relatos de simpatizantes de la secta. La mayoría de los afectados padecen EPT (Estrés Postraumático)pero esa especie de síndrome de Estocolmo que parece imbuirles cuando hablan de los responsables no es un síntoma del mismo. En ocasiones casi justifican el atentado. Uno de los protagonistas dice: “esto es causa de la pérdida de valores de la sociedad moderna, jóvenes que tiran papeles al suelo cuando has terminado de fregar….”. También parecen estar más enfadados con los medios de comunicación que con los responsables del ataque.

Los primeros relatos también hablan de testigos que pasan por allí y ni siquiera se paran, no ya a ayudar, sino tan siquiera a mirar (esa curiosidad tan occidental) y continúan caminando como si nada. Es cierto que según se desprende de los relatos, era muy difícil saber que pasaba algo, (todos achacan sus síntomas a circunstancias personales, aún cuando ven que a su alrededor todo un vagón parece tener los mismos, ellos piensan que están resfriados, que han dormido mal, que tienen resaca, que acaban de ver a un tío tirado en el andén y eso les ha sensibilizado y por eso se sienten mal….), pero incluso cuando es más que evidente, resulta sorprendente la poca capacidad de reacción.

Pero según fui acumulando historias y capítulos, esas sensaciones (reconozco que para mí, desagradables) fueron disminuyendo. Las secuelas con las que tienen que lidiar muchos de los afectados son mucho peores y esas justificaciones ya no existen, apareciendo ya testimonios de enfado, rabia, incomprensión, o en el otro extremo, pérdida de interés (no les interesa seguir los juicios de los autores del atentado por la tele). También es cierto que con el paso de las páginas va aumentando mi conocimiento sobre la secta y su significancia en Japón por lo que ya no me resultan tan chocante alguno de los relatos. Por otro lado, también aparecen algunos testimonios de personas ayudando, gente parando coches y llevando a la gente al hospital, preocupados, prestando auxilio a los heridos, etc, con lo que también va desapareciendo mi estupor inicial.

A partir de ahí, todo lo que me ha ido llamando la atención tiene más que ver con las peculiaridades de la cultura japonesa, sobre todo con esa determinación por llegar al trabajo y reanudar la actividad a toda costa. En algún caso aún incluso después de saber lo que ha pasado por las noticias, no deciden ir al hospital hasta que no les queda más remedio, cuando los síntomas son tan graves que no les permiten continuar trabajando y aún después de estar en el hospital, muchos vuelven a trabajar al día siguiente. Uno de ellos se encuentra tan mal al salir de la estación que vomita, se marea, tiene escalofríos, debe tumbarse en el suelo en plena calle, pero no se plantea volver a casa sino continuar arrastrándose hasta la oficina e incluso se acaba uniendo a la gimnasia matutina con el resto de trabajadores.

También chocan las peculiares relaciones paterno-filiales que muestran algunas historias, y no solo las familiares, también las estrictas jerarquías laborales y comunitarias, (como también me chocan esos presidentes de empresas que acuden luego a los hospitales a visitar a sus empleados), y ese respeto tan enraizado en las relaciones, al que no es inmune el mismo escritor (lógicamente, es parte de su pueblo) que continuamente justifica su “intromisión” en la vida de las víctimas o pide disculpas por sus preguntas. Da que pensar ver lo inmunizados que estamos en occidente con ciertos comportamientos que ni siquiera nos damos cuenta de que pueden ser dañinos y lo que aquí llamaríamos periodismo (no entro a juzgar si bueno o malo) es una falta grave en un país como Japón.

El hecho de que no fueran capaces de relacionar lo que estaban viendo con un atentado es tal vez lo más asumible. Resulta sencillo ver el humo cuando hay humo, una bomba en ese sentido es mucho más “autoexplicativa” que un gas que nadie ve. Es lógico que no supieran ver la conexión entre un vagón lleno de gente tosiendo, unas personas desmayadas o incluso muertas en el andén, y unos síntomas que todos achacaban a circunstancias personales, pero aún así en algunos relatos me ha costado mucho comprender determinadas reacciones. Entiendo que no supieran que estaban siendo víctimas de un atentado, pero uno de los afectados después de ver a varias personas con convulsiones e incluso muertas en el andén piensa “cuántos epilépticos hay hoy en el metro”.

También es lógica la confusión que sigue a cualquier hecho similar, recomendaciones contradictorias, noticias más o menos confusas, la nula capacidad de reacción del metro o de las autoridades en general ante una emergencia tan desconocida… Y por supuesto, es totalmente comprensible la reacción del entorno ante la existencia de secuelas psíquicas. Ahí sí que he encontrado un auténtico universal: nadie entiende el sufrimiento de otra persona si no lo padece, y lo que a veces es peor, además de no entenderlo, lo ignora o minusvalora. Las secuelas físicas siempre son más fáciles de ver y por tanto, de aceptar, pero el dolor, el miedo, la fatiga, la falta de agudeza visual, las pérdidas de memoria, el insomnio, las pesadillas, … son síntomas invisibles. Aun con todo, la mayoría de los que las sufren agradecen el apoyo y la comprensión de su empresa y de su entorno, aunque a veces con sus mismas palabras lleguen a desmentirse. Y hay secuelas muy duras, relatos impactantes como los de la chica que está rehabilitándose de un coma o la viuda de una de las víctimas mortales o ese hombre con permanente dolor de cabeza y cansancio crónico. También es cierto que muchos de los entrevistados desprenden a pesar de todo un optimismo y unas ganas de seguir adelante, de restar importancia al sufrimiento, que me maravilla.

Aún así, me surge la duda de si los testimonios que aparecen puedan contener un sesgo, después de todo son los de las personas que han aceptado hablar con Murakami o las que han autorizado la publicación de su entrevista. Sería interesante saber la opinión del resto y el porqué se sus negativas.

La segunda parte del libro es para mi gusto menos interesante. Se centra en adeptos de la secta Aum. Creo que no aportan demasiado, las sectas son por desgracia otro universal y su comportamiento endogámico, fuertemente jerarquizado y sostenido por el carisma de un líder, lo hemos visto cien veces y se entiende perfectamente aún con las peculiaridades del matiz japonés. Nada nuevo ahí. Ceremonias de iniciación, drogas, sexo… Tal vez aquí no hubiera estado mal ver algo más de originalidad cultural japonesa.

Me parece que el trabajado realizado por Murakami en "Underground" es admirable, por su capacidad de dar voz a los implicados y de mantener o buscar la objetividad con ese respeto japonés que he mencionado antes, pero a la vez este autor acaba consiguiendo un gran libro de texto sobre la sociedad japonesa, que nos permite adentrarnos en lo más íntimo de una cultura que vive inmersa en grandes contradicciones que la hacen única. Y aunque el objetivo original fuera otro, creo que el resultado ha sido otro mucho mejor.


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