miércoles, 6 de enero de 2016

Relato: Corazón de guata (VIII) -"Hansel y Gretel"

Nora no se imaginaba que llegaría a ser una princesa destronada, tal cosa no cabía en su cabecita de niña de tres años. 

Cuando su mamá empezó a señalarle continuamente su tripa indicándole que ahí dentro llevaba un bebé no le hacía mucho más caso que cuando le prometían cualquier otra cosa. “Si tienes  un bebé, enséñamelo- parecían decir sus ojos negros fijos en el rostro de su madre- y si no, no me molestes”.
Con tres años, lo que no ves no existe, son sólo cosas de mayores que a veces les da por jugar contigo de maneras muy raras.

Pero otra cosa fue cuando el bebé por fin llegó. Nora vivió aquél día extraño en el que intuía que pasaba algo pero no sabía el qué. Para empezar,  ni mamá ni papá estaban en casa cuando se levantó, pero no era la abuela la que había venido a cuidarla como hacía a veces sino el abuelo. Nora adoraba a su abuelo para jugar, pero para que la vistiera y le diera de comer, eso era otro cantar. El pobre siempre le preguntaba lo que tenía que hacer, ¡como si ella lo supiera! Pero era divertido, porque así ella podía comer lo que quería, cosa que normalmente mamá no le dejaba hacer.

Después de desayunar, el abuelo le puso un vestido que aún sin demasiado conocimiento, Nora sospechaba que no sería el que hubieran elegido ni mamá ni la abuela. Estaba demasiado excitada pensando en los columpios a los que pensaba que iban a ir, pero el abuelo la sorprendió bajándola al garaje y metiéndola en el coche. ¡Ala, un paseo! A lo mejor iban a ver a la tía Sonia. Eso la ponía contenta. La tía nunca se cansaba de jugar con ella, además su casa estaba llena de cosas bonitas de todos los sitios en los que había estado de viaje pero a diferencia de otras personas que se enfadaba con ella si  tocaba algo, la tía Soni la dejaba tocar y coger todo lo que quisiera, nunca la regañaba ni se enfadaba con ella. Siempre sonreía y tenía a mano regalos, chucherías y si no, besos ricos como ella decía.

Estaba lloviendo y el abuelo se vio en dificultades para sacarla de la sillita del coche, manteniendo el paraguas abierto para que no se mojara ninguno de los dos. Nora estaba encantada, le parecía todo muy divertido, aunque ya había visto que ésa no era la casa de la tía.

Entraron en una casa enorme, con un montón de habitaciones, todas con la puerta cerrada. Además el abuelo no la dejaba entrar en ninguna, ella hizo un amago de abrir una y recibió una reprimenda que la paró en seco. El abuelo nunca la reñía así que debía de ser una falta muy grave, no le iba a contrariar. Además estaba un poco asustada, en aquel sitio nuevo con mucha gente nueva y sin nada para jugar. Le dio al abuelo la mano modosita, ¡y que no se la soltara!. Nora era un poco cobardica, es verdad que parecía una niña muy lanzada en los columpios y en la guardería, pero en cuanto salía de su entorno enseguida se acobardaba y se escondía entre las piernas de su madre. Empezaba a tener ganas de llorar y le hubiera gustado que el abuelo la cogiera en brazos como hacía otras veces .  Por fin la abuela y papá aparecieron de repente y se echó en sus brazos encantada.

Papá le explicó que aquello era un hospital, no una casa como ella pensaba, allí iban las personas que como mamá tenían bebés en la tripita para que se los sacaran. Nora estaba empezando a asustarse y quería estar con mamá. Su padre por fin la llevó en brazos a una de las habitaciones cerradas y entró con ella. Mamá estaba echada en la cama y la tía Soni estaba con ella. También había una especie de caja de cristal dónde le dijeron que estaba el bebé y se lo enseñaron pero ella no estaba interesada, sólo quería que la dejasen abrazar a su madre y que se fueran a casa de una vez. No le estaba gustando esa excursión y no entendía todo el jaleo por aquél bebe que no se movía más que sus muñecas y al que no podía tocar (lo había hecho y todos al unísono habían gritado para que le soltara). Luego le explicaron que debía tener cuidado con él, que era muy pequeño y le podía hacer daño. Si solo quería tocarle, mamá, suplicaban sus ojos pero su madre estaba ocupada cogiendo al bebé y no la escuchaba.

Una señora fea y vestida de blanco entró para decir que era hora de salir y papá la agarró de la mano para salir. Eso fue el colmo y Nora se echó a llorar. Quería estar con mamá, ¿porqué no podía quedarse con mamá? ¿por qué mamá no se levantaba e iba a abrazarla con lo fuerte que estaba llorando? Seguía en la cama con el bebé. Nora empezó a patalear y la tía Sonia la cogió en brazos pero por mucho que su tía preferida la acunaba, en ese momento no quería estar con ella, quería a su mamá.

La tía Sonia sacó del bolso una chocolatina y se la dio. Seguía triste y enfadada pero no se puede decir que no al chocolate, y se lo comió, junto con algunos mocos. Después, la tía la sentó en su regazo y le contó muchos cuentos. Uno de los cuentos era  sobre una niña y su hermanito pequeño y como la niña tenía que cuidarle y jugar con él y enseñarle las canciones que a ella le enseñaban en la guardería, porque su hermanito era tan pequeño que no las sabía. El hermanito era tan pequeño que tenía miedo de las brujas y su hemana mayor tenía que abrazarle y darle besos para que nadie le hiciera daño.  En otro cuento, la niña y su hermanito  tenían que atravesar solos un bosque pero como estaban juntos e iban cogidos de la mano no les daba miedo. En otro, el hermanito lloraba porque le dolía la tripita pero su hermana mayor le daba un beso rico rico y se le pasaba… Y así cuento a cuento, Nora fue quedándose dormida.

Cuando despertó, estaban de nuevo en casa. La tía le dijo que mamá vendría enseguida y traería al bebé. Vaya, el bebé, casi se había olvidado de él, no había sido un sueño.

-Sabes qué? – el bebé te ha traído un regalo porque tenía muchas ganas de verte y como aún es pequeño y no sabe dar besos ricos…

Y la tía le mostró el regalo. Tuvo que ayudarla a desenvolverlo. Desenvolver regalos nunca se le daba muy bien, todo ese papel que había que romper y que parecía que no se acababa nunca.

Del interior del paquete surgieron dos muñequitos de peluche, que estaban sentados uno al lado del otro. Uno era un osito porque llevaba pantalones y la otra una osita porque llevaba un lazo en la cabeza y una falda. Nora ya veía las diferencias entre nenes y nenas, era “mayor”, como no paraban de repetirle todos últimamente. Intentó coger la osita pero el oso fue detrás siguiendo a su compañera. Era como si estuvieran unidos por las manos.

-Mira,- decía la tía- están cogiditos de la mano pero si tiras un poco fuerte les puedes separar. Este se llama Hansel  y ésta es su hermanita Gretel .

Nora tiró fuerte y efectivamente las manos se separaron pero cuando  volvía a acercarlas enseguida se pegaban de nuevo y había que volver a hacer fuerza otra vez. A los tres años, cuando no se sabe nada de imanes, la vida es pura magia y Nora sonreía de puro deleite.

-Son hermanitos como tú y Daniel, y como mamá y yo que también somos hermanas, ¿lo sabías?- continuaba la tía. -Qué simpático Daniel que te ha traído un regalo, verdad?

-Sí, muy simpático-, dijo Nora.

Habrían de venir muchos días malos, desde luego. La vida es dura para los príncipes y princesas destronados, pero también vendrían días muy buenos, de los que sólo conocen los que comparten la vida con un hermano o hermana. Y siempre todo es más fácil con un beso rico, rico.










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