lunes, 17 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (V) - La estrategia del general

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición







Capítulo 5. LA ESTRATEGIA DEL GENERAL


Durante las dos semanas siguientes, salvo un breve amago de invierno que fue un espejismo y duró apenas dos días, siguen torturándome el calor y el bochorno.  Al mediodía la temperatura suele rondar  los 30º y  yo me quiero morir. Tener que salir de casa después de comer para hacer el trayecto hasta el Cubo acaba con mis reservas. Por suerte, al regresar a casa ya ha oscurecido y refresca un poco.

 Estoy agotada sin hacer nada, me duele la cabeza permanentemente y respirar este aire tan caliente me provoca náuseas. ¿Qué ha sido del invierno? ¿Quién lo tiene secuestrado? Se está acabando el año y tenemos temperaturas tropicales. Por si Dios no me hubiera castigado bastante, también me obsequia con el cambio climático. Gracias.

La  gente por supuesto está encantada de que tengamos este tiempo  tan soleado, sobre todo en fin de semana. Si por lo general, el resto del mundo no me cae excesivamente bien, estos días sencillamente les odio a todos.

El estado del clima ya ocupa más espacio en los informativos que el destinado al resto de noticias. Dependiendo del canal, o tal vez del presentador, se refieren a este inexistente invierno como un “regalo”, un “síntoma  “ o una “anomalía”. A mí el tema me aburre tanto que ya ni enciendo la tele.  

Sigo llegando pronto cada día y a pesar de mi intención inicial de no volver a entrar en la Cafeteria Jubileta para no volver a encontrarme con Doña Calceta, el camarero bizco me sigue dando miedo, así que la segunda semana acabé al lado de Doña Agujas recibiendo mi primera clase de calceta. Para mi sorpresa se me dio bastante bien y he continuado yendo casi todos los días desde entonces.

Generalmente cuando llego al Cubo sólo está  el Socio y un poco más tarde viene Medio Calvo. Suelen aguantar poco tiempo sentados, no paran de salir cada cinco minutos, según ellos al baño. Yo supongo que van a fumar o a tomar el aire, más que nada porque suelen ir juntos.  O eso o tienen problemas de próstata o están enrollados. No me sorprendería ninguna de las tres opciones.

Todavía no tengo muy claro si Medio Calvo me cae bien o no.  Parece el típico comercial chulito y con michelines adquiridos tras una larga carrera de comidas con clientes. Corbata Hiriente me dijo el primer día de Hotel que estaba pensando en despedirle, porque desde que trabaja para él se está poniendo como una foca y él no quiere gordos a su alrededor.  Le faltó decir “para que me hagan sombra”. Lo cierto es que antes de que Corbata Hiriente me lo señalara, yo no me había fijado en esas redondeces, pero ahora no puedo evitar que mis ojos se posen en su orondo y bamboleante trasero cada vez que pasa por mi lado.

Mi rutina empieza encendiendo  el  ordenador y abriendo  mi cuaderno. No tengo mucho más que hacer así que suelo terminar haciendo dibujitos o escribiendo tonterías que luego tengo que destruir.

Bigote va y viene, dependiendo del trabajo y del humor de Corbata Hiriente.

Hoy el día parecía bastante tranquilo, hasta que Corbata Hiriente ha decidido llamarme. Está con un amigo suyo en El Hotel y quiere que vaya.  Me explica  que es un “Creativo”, aunque lo único creativo que puedo apreciarle en los minutos que está con nosotros es la corbata amarilla que lleva, con un Mickey Mouse color fucsia, sujetada por un alfiler rojo con dos cerezas doradas. Tal vez precisamente su amistad provenga de que comparten el mismo proveedor lunático de corbatas.

Contra pronóstico no me lo paso tan mal, me he acostumbrado a escuchar conversaciones ajenas sin tener que intervenir. Seguramente sus “amigos”  pensarán que soy un poco retrasada. Pero luego pienso que si son amigos suyos, no tendrán el listón muy alto.

 Saboreo mi taza de té mientras ellos debaten sobre “cosas creativas” y cuando Corbata Hiriente comienza a dar su discurso del general, me excuso para ir al baño.

Cuando vuelvo, Bigote, que acaba de llegar está en la mesa solo. Corbata Hiriente y Creativo se están despidiendo con un abrazo en la acera. Bigote aprovecha para decirme que me va a caer una bronca porque según Corbata Hiriente no he sido muy simpática con el Creativo.

Cuando vuelve, resulta que la bronca no es para tanto, no llega ni a regañina y Bigote parece más aliviado que yo. Siempre parece preocupado por mí. Es un encanto.

Corbata Hiriente comienza a escribir en el mantel la lista de mis funciones, que ha decidido ampliar, para adecuarla a la nueva estrategia que nos cuenta que está planificando.

–Vamos a terminar de encarrilar el rumbo – dice convencido mientras levanta la vista del mantel para mirarme.

Deja la pluma un momento  y me da una palmadita paternal en la mano.

–Flor y látigo.

Suspiro y finjo que no me doy cuenta de la mirada asesina con la que nos taladra el camarero, porque el mantel en el que está escribiendo es de tela. Bigote tiene la mirada fija en el techo.

Una de mis nuevas tareas va a consistir en preparar una etiqueta que ponga Botiquín y pegarla en una caja de cartón dónde tenemos aspirinas caducadas, agua oxigenada y alguna tiritas, algunas de ellas usadas, porque alguien ha debido de confundir la caja con una papelera.  Supongo que esa es la auténtica razón de que necesitemos una etiqueta y no como mi jefe apostilla con un guiño:

–Por si nos hacen una inspección…

Si nos hacen una inspección, lo del botiquín será lo de menos, pero me abstengo de comentárselo.  Vive en una realidad inventada, dónde él es el empresario del año y el Cubo un proyecto empresarial lleno de talentos potenciales a los que él está formando y tutelando.

Cuando leo otra de las tareas que está anotando en la pizarra–mantel, me rechinan los dientes de lo fuerte que aprieto la mandíbula: quiere que vaya con él a visitar clientes.

No me da tiempo a asimilarlo porque quiere que nos estrenemos mañana mismo. Me pide que vaya por la mañana y que luego me tome la tarde libre.  ¿Qué ha sido de mi intención de decir que no de vez en cuando? ¿No he quedado infinidad de veces  con mi vocecita interior que voy a negarme porque no me importa  que me despida? O la voz o yo mentimos, está claro.

Por la noche casi no duermo pensando en mañana, y cuando suena el despertador y me levanto tengo ojeras imposibles de disimular.

Llego con el tiempo justo así que me arriesgo y entro al bar del bizco a por una manzanilla rápida. Resulta que el camarero bizco no es tan amenazante como parecía, y las tazas están más limpias que en la Cafetería Jubileta, lo que no deja de ser un plus.

Corbata Hiriente ya está en el portal cuando salgo del bar y montamos en su coche. Nos encontraremos con Bigote en la dirección del cliente. 

–¿Está enamorada? ¡Vaya ojeras que tiene! –me suelta  a modo de saludo.

Voy a contestar pero ya se ha olvidado de mí y está rebuscando algo en su cartera.

–Tengo que pasar un momentito por el banco, señorita Lidia –dice al arrancar.

Callejeamos un rato por el centro y acaba dejándome en doble fila con el coche en marcha. Por un momento tengo miedo de que esté atracando la entidad (antes de salir me ha preguntado si se conducir) pero por fin sale sin ningún empleado persiguiéndole, se monta  y continuamos la marcha. 

La visita consiste en eso precisamente, ir a la fábrica del cliente, dar una vuelta con él por el almacén, engatusarle con una buena dosis de falsos cumplidos, hacernos los importantes y salir pitando antes de que “el cliente” reaccione.

Paramos a comer en un restaurante árabe. Bigote se tiene que ir  y nos deja solos.

–Entrenamiento – dice mientras se encoge de hombros con cara de bueno.

Tal vez yo debería apuntarme a Rugby, o a bailes regionales, lo que sea.

En el restaurante, como siempre, Corbata Hiriente pide por mí.  He llegado a la conclusión de que lo hace para evitar que se me ocurra pedir algo que no sea lo más económico del menú.  A estas alturas, ya sé que están totalmente pelados, él y su empresa.

Doy buena cuenta del pollo con cebolla y piñones mientras él juega con su ración en el plato. Ya he observado otras veces que no suele comer casi nada. Bigote me ha comentado en alguna ocasión que es algo habitual entre los alcohólicos. De postre pide pastelitos con miel y té con menta para mí y nada para él. Está todo tan dulce que casi vomito.

Sigue repasando mis tareas, parece que no termina de estar satisfecho con la lista. Saca la pluma y comienza a garabatear de nuevo en el mantel. Afortunadamente éste es de papel y el camarero que por cierto tiene de árabe lo mismo que mi abuela, ni nos mira.

Me hace “responsable” del departamento de compras, básicamente  material de oficina (cuadernos y bolis). ¡Ah! y la última tarea es comer con él cada 15 días.

–No la voy a echar, señorita Lidia.

«Lástima», pienso yo.

–Consecuencias, consecuencias… –se detiene mirando al vacío.

Medita un rato en silencio mientras traza círculos en el mantel y de improviso, se levanta para irse. Le sigo hasta el coche y no cruzamos ni palabra durante el  trayecto. Estoy  asombrada.

Antes de que me baje, introduce la mano en el bolsillo interior de la americana y saca un sobre. Mi primer cheque. 


–Cóbrelo usted rápido, porque puede que para el lunes no haya dinero –dice con expresión seria.




(continuará)







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