miércoles, 26 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (VIII) - Un día cualquiera

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros








Capítulo 8. UN DÍA CUALQUIERA


El maldito despertador. ¿Por qué se pasará la noche tan rápido? Esta encima ha estado llena de  sueños agitados. Cinco minutos más, por favor. Y otros cinco. Ya no me queda más remedio que levantarme. Me ducho rápido, me visto aún más rápido y desayuno un yogur, que quemaré en el trayecto a la oficina. O quizás no, creo que voy a ir en bus como siempre.

Hoy no está el autobusero de siempre. Ultimamente le ha dado por comentar conmigo las noticias, sobre todo las amarillas. Al principio me molestaba y me sentaba lo más alejada posible de él pero luego empecé a acostumbrarme. Si no fuera por él, no sabría quiénes son la mitad de los personajes que salen por la tele. 
Como no tengo con quién hablar, me siento y desconecto del mundo. Me enchufo los cascos y adopto la pose para estas circunstancias: máscara y mirada al vacío. Como siempre llego pronto así que me paso una parada y regreso andando para hacer tiempo y llegar a la hora. Hoy no tengo humor para tomar nada ni con el bizco ni con su hermana.

El portal está cerrándose, justo acaba de entrar alguien. No he visto quién, pero por la estela del perfume que ha dejado, se trata de Heidi, la última sustituta de Perfume Anestesiante que está viniendo por las mañanas para ayudar a Medio Calvo ahora que Bigote no está.  La llamo así porque creo que debe ser más miope que yo y no controla la cantidad de colorete que se echa por la mañana. Casualidades de la vida, en realidad se llama como yo, Lidia. Corbata Hiriente está encantado, le encanta referirse a nosotras como “sus Lidias”.

No me he equivocado, encuentro  Heidi en el rellano, con Sosaina, otra nueva incorporación. No hay mucho que decir de él, el nombre lo explica todo, aunque según me dijo Corbata Hiriente el otro día, es un Bigote en potencia. «Ya quisiera», me digo.

En ese momento me acuerdo de que por enésima vez se me ha olvidado comprar papel higiénico. Desde que encontré esa tarea en mi escritorio una mañana, no he conseguido acordarme nunca de hacerlo. Pero lo curioso es que nadie ha reclamado, a pesar de las muchas visitas al baño que hacemos en esta oficina.  Yo llevo mis toallitas pero no se qué harán los demás, no quiero ni pensarlo. Corbata Hiriente supongo que tiene suministro ilimitado en los baños de El Hotel.

–Cojan cada uno su cuaderno que vamos a tener una reunión –nos saluda nada más vernos mi jefe disfuncional.

Allá  vamos como corderitos. Empieza con el reparto de tareas: un montón de temas diversos para mí, “que para eso soy Géminis”, un cliente nuevo para Heidi y a Sosaina le termina de arreglar el día anunciándole que le va a acompañar a “hacer unas visitas”. Noto que Sosaina controla su desagrado clavándose la uña del índice derecho en la mano izquierda.

Acto seguido, nos reprende porque la oficina está hecha un asco. Nos pide a Heidi y a mí que limpiemos las sillas y sobre todo su mesa. Deduzco que la de la limpieza ya no pasa por aquí, supongo que ha dejado de cobrar.

–¿Perdón, cómo dice? –le increpa Heidi. El hace oídos sordos.

Y después suelta la bomba:

–Les voy a hacer una propuesta a la que espero me digan que no. No se me asusten, pero ¿podrían trabajar los sábados de 9 a 13, durante dos meses?

Silencio incómodo y baile de miradas. Me pongo la máscara más impenetrable que encuentro en mi repertorio.

–¿Usted? –se refiere a Heidi.

Heidi asiente.

–¿Usted? –me mira a mí.

Asiento, aunque por dentro estoy maldiciendo a sus ancestros hasta  la quinta generación.

A Medio Calvo y el Socio se los salta.

–¿Y Usted? –se dirige a Sosaina.

Sosaina sonríe totalmente abandonado a su suerte, con la expresión de un condenado, pero al final opta por negarse.

–¿Cómo se le ocurre? A la empresa nunca se le dice que no –dice enfadado Corbata Hiriente–.  Aún tiene mucho que aprender, es usted demasiado joven.

Se quita las gafas y le coge por sorpresa de la mano.

–Yo le agradecería que aceptara participar en este proyecto….

Resulta que el plan interminable de la ONG morosa sigue dando vueltas de mesa en mesa. Por lo general todo el que trabaja en ese  plan de marketing acaba marchándose, incluso se cumplió con Bigote y ha optado por una solución desesperada: todos a  una como en Fuenteovejuna. 

Sosaina insiste con una táctica nueva: ahora duda de su “capacidad” para trabajar en un plan tan complicado.  Consigue un nuevo toque de atención y una anécdota desafortunada sobre un empresario que ahora está en la cárcel.

Vuelvo a desconectar contando las manchas del cristal, que por cierto espero que mi jefe no vea, no me apetece limpiarlas.  Me despierta su grito:  

–Cambio de planes: ¡Tarea para “las Lidias”! , ¡Decidido!

Me pregunto si es posible que ya esté borracho a estas horas. No lo parece, pero tengo mis dudas. Ahora está explicando su plan estratégico sobre horarios y turnos para que los ordenadores no permanezcan improductivos al mediodía cuando estamos comiendo.

Los ordenadores y las nuevas tecnologías en general son  para mi jefe una cosa mágica a la que trata con tanta reverencia que por si acaso ni se les acerca. Cuando algo sale mal suele decir que las “meigas”  de los ordenadores han intervenido para fastidiarle.

Por fin se cansa de hablar y se marcha con Sosaina a “comercializar”.

Cuando salen por la puerta, lo más que hacemos “las Lidias” respecto al tema limpieza  es echar ambientador, aunque Medio Calvo resulta ser alérgico y se pasa la mañana estornudando y mirándonos mal.

Como el resto de habitantes del Cubo menos yo, Heidi también es fumadora y a veces me pide que la acompañe al rellano a echar un cigarrillo. Supongo que para no tener que aguantar al Socio o a Medio Calvo que se pasan media vida fumando allí o en el baño. Normalmente no salgo, pero hoy las “meigas” están particularmente traviesas  y estoy harta de pelearme con un programa informático que no para de bloquearse.

Heidi aprovecha para quejarse de que Corbata Hiriente es un machista. Ella también es Consultora y nunca la lleva con él a visitar clientes. La miro en silencio. Cuando descubra en qué consisten en realidad las visitas, estará contenta de quedarse envenenando a Medio Calvo con ambientador.

Termina su cigarrillo y me dice que se va a hacer unos recados. Me deja a solas con las “meigas” , el Socio y Medio Calvo que no tardan en irse al baño.

Suena el teléfono.« Ojalá fuera Bigote». Pero no, es mi jefe que quiere invitarme a comer con él y con Sosaina en  un sitio nuevo.

Encuentro a duras penas el restaurante, nuevamente las indicaciones del Socio no sirven para nada. Llego antes que ellos y como no me apetece estar de poste en la acera, entro y  pido agua en la barra del bar. No hay más que tíos con traje a mi alrededor mirándome sin pudor y haciéndome sentir bastante incómoda.

Por fin llegan y vamos al comedor. Por el camino me toca recibir una reprimenda por llevar mi vaso de agua en lugar de dejar que lo haga el camarero. Cuando ya estamos sentados, decide que no le gusta la mesa y nos obliga a cambiar. Ya me extrañaba que nos hubiera dejado elegir nuestros asientos libremente. Después de un par de minutos reorganizando el comedor bajo la atenta y algo mosqueada mirada del camarero,  por fin encuentra el lugar adecuado para que nos aposentemos.

Después de la mañana algo espesa, ahora parece que está de buen humor. Es uno de esos momentos en que le chispean los ojos y no para de soltar halagos.

–Qué elegante está usted hoy, señorita Lidia. Bueno, la verdad es que siempre está muy elegante. ¿No es verdad? –mira a Sosaina que asiente mecánicamente porque está enfrascado en la lectura de la carta. Tengo  ganas de decirle que no se moleste, no va a poder pedir lo que elija. 

–Tiene unos ojos realmente preciosos.  –continúa mi jefe–. ¿Quiere casarse conmigo? – pregunta de sopetón.

Casi me atraganto. ¿La primera proposición de matrimonio de mi vida me la acaba de hacer mi jefe disfuncional borracho delante de un compañero de trabajo, que está ahora mismo hurgándose la nariz disimuladamente porque cree que no le estamos haciendo caso?

Sé que no lo ha dicho en serio, pero me ha impactado igual.  Mi vida es realmente triste, no hay duda.

De primero pide ensalada mí y Sosaina  y potaje de garbanzos para él. Tengo un hambre que me caigo pero no quiero ser la primera en coger el cubierto. Ya me ha llamado la atención demasiadas veces en la mesa (fondo, forma, rumbo y no sé qué más). Pero por lo visto Sosaina tampoco quiere lanzarse y se queda mirándonos alternativamente a nosotros y al plato con cara de no saber qué hacer. Por favor, que no es langosta ni caviar, ni Sosaina es Pretty Woman, ¡que alguien empiece de una vez! Mandando al diablo las formas, ataco la ensalada. Por supuesto me llama la atención por empezar antes que él.

Un cuarto de hora más tarde, su plato sigue sin tocar, únicamente traga apresurado dos cucharadas de garbanzos, justo en el momento en que el camarero le está recogiendo el plato, con lo que consigue una mirada de cabrero que aparentemente le pasa inadvertida. 

En el rincón en el que estamos sólo hay dos mesas ocupadas, la nuestra y otra dónde está sentado un individuo que cuando se gira, resulta que reconoce a mi jefe. Ambos son habituales del local de Madame Piano. Después de saludarse efusivamente intentan concretar una fecha para una cena que tienen pendiente. Desgraciadamente no podrá ser antes del 19 de noviembre porque están muy ocupados (estamos en febrero). Del desconocido me lo puedo hasta creer, no tengo datos, y además se ha tragado los tres platos de un menú en cinco minutos alegando que tiene prisa,  ¿pero  Cortina Hiriente? ¿Ocupado?

Vuelve a prestarnos toda su atención. Le da permiso a Sosaina para que se desabroche el botón de las mangas si así se va a sentir más cómodo. Y le pide que me narre la visita de esta mañana.

Sosaina empieza a relatarme la historia, con frases demasiado rimbombantes y la adorna con unos cuantos elogios a la capacidad negociadora del jefe. Estoy por aplaudir cuando termina. Sosaina y pelota, vaya combinación. Corbata Hiriente está, claro, encantado.

Para el segundo plato mi jefe ordena, cómo no, pollo para mí y Sosaina y para él dos huevos fritos con jamón que no están en el menú. Genio y figura. Al camarero no le hace ninguna gracia.

El pollo está horrible y medio crudo pero tengo tanta hambre que lo engullo sin pensar. Sosaina también come y calla. Los huevos se quedan sin tocar en el plato.

–Sosaina, se va a encargar de los trabajos “de calle” –(«es decir», traduzco mentalmente, «fotocopias y recados varios»). –Para ir “haciendo zapato”.

Le encanta la expresión “hacer zapato”, es su favorita, después de “les delego”  y la tercera: “les convoco”.

–Y en todo los demás, –continúa,– imite usted. a Lidia, obsérvela, sígala, aprenda de ella, – hace una pausa–. ¡Pero sin ligársela claro! –gorjea, riéndose de su propio chiste.

 Sosaina y yo también nos  reímos pero sin ganas.

–Seré absolutamente profesional, –declara el interesado.

–Tiene mucho potencial,  pero aún no he visto la realización.

Parece pensar un momento y continúa:

–Que si no, el 31 de febrero cierro la empresa y todos a la calle.

–El 31 de febrero un poco difícil  –digo yo.

Me mira enfadado por la interrupción, está claro que no lo ha pillado. Un minuto largo después, y después de posar la copa de vino en la mesa,  levanta la cabeza y se ríe a carcajadas.

–Pero qué ocurrente, Lida, qué ocurrente.

Se echa hacia atrás en la silla desternillándose. Está a punto de caerse, pero no tenemos esa suerte, consigue agarrarse al borde de la mesa en el último momento.

Cuando se calma, me coge la mano sorpresivamente y mirando a Sosaina Pelota le espeta:

–A esto se le llama cobertura. Eso es lo que me da Lidia. ¿Sabe a qué me refiero?

–SSSíi – titubea.

Claramente no tiene ni idea.  Y yo tampoco.

Me suelta la mano y pierde de pronto el interés por nosotros. Apoya la cabeza en la barbilla y casi me parece que echa una cabezadita. Sosaina me mira sin saber qué hacer.

De pronto levanta la vista y extiende los brazos golpeando la copa. Tengo buenos reflejos y la sujeto antes de que se caiga.  Me lanza un beso de agradecimiento.

 Ahora es el turno de Sosaina. Le agarra también de la mano y después de unos minutos de silencio en los que Sosaina no sabe dónde meterse le dice:

–¿Ha notado lo mismo? En este instante nuestros corazones se han unido. ¿No ha notado que le ha palpitado tres veces? – Sosaina me mira buscando ayuda. Pero no la encuentra, se lo merece por pelota.

Le suelta y se levanta para sentarse en la mesa de al lado con una pareja que acaba de llegar y que no sale de su asombro por la intromisión. Señalándome les dice que yo soy muy apática. Ellos se ríen, imagino que esperando que si le dan la razón, ese chalado que se ha sentado a su lado se largue sin incordiar.

–No es muy habladora –insiste mientras se levanta con esfuerzo, –pero por lo menos sabe sonreír – me sonríe suspirando–- No, no  es que sepa, es que sonríe, – sentencia.

Por lo que sea, decide que ese es el momento idóneo para llamar por teléfono a Barcelona, dónde vive su padre. Está más de un cuarto de hora dándole las gracias a la mujer de su padre por cuidar tan bien de su “progenitor” antes de que le pasen con él.

–Te quiero papá, te adoro.

Cuando cuelga me dice que esa tarde va a tener tres reuniones. Creo que suspiro demasiado ruidosamente pero no se da cuenta. Antes de la primera, le pide a Sosaina que se ponga en un rincón y escriba una lista de las tareas que se hacen en la empresa, quiere reorganizarlas. Sosaina va al rincón a hacer sus deberes sin protestar.


1º reunión: El Creativo

Hoy no trae la corbata de Mickey, sino unos  jeans de marca y una chaqueta con coderas que se quita y deja apoyada en la silla.  Viene con el ceño fruncido  porque  tiene una factura pendiente de cobrar. Parece que el Creativo es sólo el que nos ha impreso la papelería con el logo de la empresa. A eso se reducía la amistad de la que presumía Corbata Hiriente.

Después de varias promesas de pago por parte de mi jefe, por fin se levanta para irse, pero no sin antes increpar a Corbata Hiriente, llamándole toda clase de lindezas, hasta que se queda sin vocabulario. Permanece unos instantes de pie, con los puños cerrados y abriendo y cerrando la boca, esperando que se le ocurra algún adjetivo  más pero como la inspiración no llega, recoge su chaqueta. Mientras se la está poniendo, explota:

–¡Gnomo, más que gnomo!

Cuando Creativo ya ha salido, mi jefe me pregunta qué es un gnomo. Se lo explico y me mira como si la que estuviera bebiendo Cutty Sark fuese yo . Dejo de hablar esperando que  se le olvide la conversación y cambie de tema, lo que tarda en hacer exactamente tres segundos. Paquito y Perfume Anestesianteta, mis peces, tienen más retentiva.

Sosaina regresa con su lista. Corbata Hiriente dibuja una tabla en el mantel (papel, observo aliviada). Le pide a Sosaina que ponga en fila las tareas y en las columnas nuestros nombres. Tenemos que ir marcando crucecitas en las casillas correspondientes.  Resulta entretenido, no lo niego.

Ahora me quiere también en las áreas de “Producción” y ” Administración” y me da seis meses de plazo para acabar de formarme y llegar al top de la lista: “Dirección Estratégica”. Digo que sí a todo.  Total,  en cinco minutos habrá cambiado de opinión.

Se le ocurre llamar a Heidi a la oficina para que venga y colabore rellenando la tabla.  

–¿Pero qué le pasa a Usted hoy? ¿Ha dormido en un pajar?  –Es su saludo cuando Heidi llega. La pobre pone cara de asombro y dice que no, que no ha dormido en ningún pajar.

–Pero qué le pasa  –sigue él–,  ¿tiene calor? A usted le pasa algo, ¿está enamorada?

A eso Heidi contesta que sí, pero que desde hace tiempo, no es de hoy. 

–Pero si estoy muy contenta, – dice Heidi ofendida, pero él continúa diciendo que la encuentra cansada y ojerosa.


2º reunión: El padre de familia

Hace un rato que Heidi se ha ido cuando llegan otro supuesto amigo de Corbata Hiriente y su hijo. Me los presenta como “ese entrañable amigo y familia”. El padre es un señor muy sonriente y con cara de bonachón y el hijo, un chavalín que se porta  como se portan los hijos educados cuando los padres se encuentran con un amigo: sonrisa de circunstancias y resignación.

El pobre desgraciado va a hacer prácticas en la empresa. Tres días a la semana.

–Apunte Usted, Lidia, –me pide mi jefe.

Yo apunto.

–Dos horas por día. ¿lo ha apuntado?  - me mira–. De momento se encargará de las fotocopias, etc… 

Yo apunto “trabajo de calle” mientras pienso en que Sosaina se ha librado, por lo menos los días pares.

El padre preocupado insiste un par de veces en la necesidad de que estas prácticas no interfieran en los estudios del muchacho. Corbata Hiriente no le hace caso, está  más pendiente en elaborar una lista de  recomendaciones básicas: chaqueta y corbata, zapatos negros y “esa perilla te la puedes dejar porque te hace atractivo pero no está bien visto en el mundo empresarial. Es decisión tuya si te la quitas o no”.

Yo espero que su decisión sea no afeitársela, porque para lo que va a durar, sería una pena sacarificarla.


3º reunión. El socio canceroso

Llega el Socio, que trae unos papeles para que Corbata Hiriente los firme. Mientras se sienta con nosotros, mi jefe se inclina para susurrarme “ahí viene el canceroso”.  Le miro extrañada y también avergonzada, porque sus susurros no suelen ser precisamente discretos y no me sorprendería que el Socio lo haya escuchado, aunque si es así, no ha dado señales de haberlo hecho.

No me había fijado hasta ese momento pero es cierto que el Socio tiene muy mal aspecto. Tiene la voz ronca, ojeras y también está más delgado. Le pregunto si se encuentra bien. Resulta que ha estado seis días ingresado por neumonía y ni  nos habíamos enterado.  Yo estaba imaginando motivos más interesantes para su estado alicaído, como una pelea con Daniela por ejemplo.

–Cuídate, mañana no vengas a trabajar – dice mi jefe mientras firma–. Que no vengas he dicho, ¿me vas a hacer caso? –insiste– ,  que lo tuyo es grave, te lo digo yo que me huele a cáncer.


Espero que el Socio no sea muy aprensivo. Se va arrastrando los pies pero mañana vendrá a trabajar, eso seguro, no hay más que mirarle para saber que no tiene otro sitio mejor al que ir.



(continuará)






No hay comentarios:

Publicar un comentario