domingo, 30 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (XI) - Síndrome de Estocolmo

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros
  8. Un día cualquiera
  9. El viaje astral
  10. ¿Nueva etapa?






Capítulo 11. SINDROME DE ESTOCOLMO


Parecía que las obras del Parque no avanzaban y que no se iban a acabar nunca pero pasito a pasito ha llegado el día de la inauguración. Hay previstas diversas actividades durante la semana, entre ellas  un concierto de un grupo local y el mismísimo alcalde acudirá a cortar una cinta y salir en la foto.

En una interesante coreografía del destino, hoy es mi último día en el Cubo. Tal vez mi horóscopo no se equivocaba tanto después de todo. Me vaticinó una transformación y un viaje y aquí estoy, con los billetes de avión a Hong Kong en el bolso, dispuesta al mayor cambio de mi vida.

Bigote quería renunciar y volver  a España pero no puedo dejar que sacrifique un futuro prometedor en una empresa importante por alguien que  como yo, no tiene que renunciar a nada. Así que aquí estoy dispuesta a dar el mayor salto al vacío que puedo imaginar.

 Cuando vine a la entrevista con Corbata Hiriente, todo este barrio me pareció oscuro y tétrico; la calle, el barrio y hasta la gente. Han pasado cuatro meses y voy a echar de menos este ambiente, estos  edificios con sus fachadas pintorescas, estos comercios tan cercanos,  y también las personas que los regentan. El paseo al lado del río, ahora que el Parque está terminado, es una zona preciosa y me da pena no llegar a estrenarlo. No sé en qué momento empezaron a desaparecer las obras y los andamios del paisaje. Supongo que por lógica debió de suceder de manera gradual, pero para mí ha sido un suceso abrupto y repentino, como la floración en primavera. 

Acabé el año pasado  entre pastillas, mareos  y ataques de ansiedad, sin familia, sin amigos ni malditas las ganas de tenerlos, odiando a la gente, a las cosas, a mí misma, sin motivos para levantarme por la mañana, ni para acostarme por la noche, viviendo, caminando y respirando por inercia. Mi única aspiración en un día normal era pensar lo menos posible.   

Ayer me di cuenta mientras hacía limpieza de papeles antiguos en casa que ni  me acuerdo de la última vez que visité a la psicóloga ni de de última vez que tuve un  ataque de pánico.

En el autobús voy pensando en mi encuentro con Corbata Hiriente. Ayer Bigote y yo decidimos que no merecía la pena contarle la verdad, así que le diré sin más que me voy porque he encontrado trabajo, -uno de verdad-.

Comento con el autobusero los últimos cotilleos de la tele y me bajo en mi parada. Llego muy pronto pero hoy tengo cosas que hacer: despedirme del Bizco, que me da un abrazo de oso que me emociona. También de  Doña Calceta, que me besa y me llama “joya”.  Y le he comprado unas partituras a Madame Piano, quién las acepta encantada y me invita a un Daiquiri, convirtiendo esta mañana en la primera vez que bebo una bebida alcohólica en su local.

Cuando entro al Cubo sólo está el Socio. Dudo si contárselo a él pero decido esperar; tal vez a Corbata Hiriente le moleste no ser el primero en enterarse. Por fin viene y me acerco a su mesa.

–¿No se irá usted  a marchar? –pregunta.

Algo ha debido de ver en mi mirada. Está bien, porque así es mucho más fácil, no tengo que decir nada y me limito a asentir.

–Ahora que estamos despegando y usted es una pieza clave en el proyecto… –deja la frase sin acabar.
Salimos fuera a sentarnos en el sofá y le cuento la mentira que venía ensayado por el camino.

–Tengo una oferta de trabajo que he decidido aceptar. Es una empresa  de transporte internacional.

Me pregunta cuánto van a pagarme. Me invento una cantidad que supongo es acorde a lo que se paga por ahí y está a años luz de lo que me paga él.

Nos quedamos en silencio, el más largo desde que le conozco.  Volvemos a entrar, únicamente para coger su chaqueta y mi bolso porque quiere que vayamos a tomar algo fuera. Recorremos sin hablar el camino hacia el Hotel.

–La voy a echar mucho de menos  Lidia –me dice en cuanto nos sentamos (hoy no me ha elegido la silla)–.  Es un golpe muy duro, y no sólo profesionalmente.

–Gracias.

Me maldigo a mí misma porque estoy casi segura de que me he ruborizado y porque ha sido un “gracias” sincero.

–Así es la vida, sí, así es la vida –murmura.

Me coge la mano para besármela.

–Le deseo toda la suerte del mundo –me oigo decir.

Vale, sí, tengo que reconocerlo, me da pena. A pesar de los malos ratos pasados, de lo insoportable que es, lo que le he odiado y las veces que me ha hecho llorar,  a pesar de todo, he pasado más horas con Corbata Hiriente que con nadie en mi vida en el último año. Sé que es un pobre hombre, que sobrevive auto engañándose, sí, pero qué más da. Yo he usado para sobrevivir otras estrategias igual de dudosas. Al final hay que encontrar la salida por el camino que menos nos haga sufrir. Ojalá algún día vea un poco la luz y sobre todo, ojalá deje de beber. Estoy a punto de decir todo eso en voz alta,  pero al final me contengo. Es el síndrome, pienso. Si Bigote me viera ahora me echaría la bronca.

Volvemos a la oficina. Echo el ambientador por última vez (ahora que por fin habíamos encontrado una marca que no le daba alergia a Medio Calvo). El socio se acerca para darme dos besos y vuelve a su sitio.

Recojo la caja que he llevado conmigo esta mañana y que había dejado en el baño para que no la vieran y se la dejo encima de la mesa a Corbata Hiriente. Dentro está Paquito en su  pecera. Mi ya ex–jefe se queda mirando al pez absorto durante un buen rato y después se levanta y me acompaña a la puerta. Le doy la mano y vuelve a besármela. Tiene los ojos humedecidos, ¿o es mi imaginación?.

Cuando estoy saliendo por la puerta me dice que me estoy equivocando, qué él tiene buen ojo para estas cosas. Sonrío.





FIN





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